28 abr 2014

Capítulo 33: El último beso


A veces pienso que si me diese ese poco más que yo reclamo nos volveríamos locos los dos, y yo hace mucho que no necesito mucho para volverme loco. He pensado estos días, sin llegar a un acuerdo conmigo mismo, intentando encontrar el porqué me gusta, y acababa siempre con la sensación de que por primera vez en mi vida no se porque alguien me gusta. Gustar es un verbo que no me gusta, valga la redundancia, pero que vais a permitirme usar porque creo que no es políticamente correcto eso de querer a alguien a quien se conoce  desde hace tan poco, pero con la que sin embargo, se ha compartido tanto, sin esto haber sido lo que se puede denominar mucho. Vaya batiburrillo de palabras ¿no? Pero sería muy injusto decir que no se porque me gusta, ya que, si bien es cierto que este sentimiento no es nada convencional (incluso para conmigo), si que si es cierto que se puede ser conciso y certero si se encuentra el modo, la técnica o la forma. Me gusta porque es ella la que entona el yo marco el minuto, que me calle cuando tiene que callarme y que me quite las palabras de la boca como el que arranca margaritas del campo cada vez que saca su sonrisa a bocajarro. Me gusta porque cuando llega hay música, porque hace de este cuarto primavera y porque hace que ajustemos nuestros vocabularios. Me gusta porque me aporta temple y serenidad, dos palabras que siempre le han faltado a este corazón acelerado, ya que consigue que deje en cuarentena el guárdame un bis a bis contra tus panties, por si encuentro mi elixir, soñar es gratis... para traerlo a colación unas semanas después. Me gusta porque para nosotros hacer trampas no significa lo mismo que para el resto de los mortales, y porque me paso el día pidiendo en diversos idiomas a distintos dioses para que no pare jamás de hacer trampas. Me gusta porque es a la única a la que doy la razón, y me gusta dársela. Me gusta porque el se llevarte, se traerte es recíproco. Me gusta porque ha conseguido que sea feliz en la inseguridad de que cada beso puede ser el último (y ya saben ustedes que servidor sólo es feliz en la estabilidad) y eso hace que cada beso que me regala, ya que nunca se los robo, sea la más dulce de las victorias, que esté por encima del bien y del mal, saber disfrutar y poner en valor cada uno de ellos. Me gusta porque cuando se va me paso las horas muertas con las manos en la nariz, y si tengo qe hacer algo con las mismas utilizo los codos con tal de que no se me vaya su olor de ellas. Me gusta por su risa, que ya se que es un tópico, pero joder, verla reír es la más bonita de las melodías posibles. Me gusta cuando habla y me gusta cuando calla, me gusta porque es tan sexy que no se como a estas alturas aún no la he forzado a nada ilegal sin su consentimiento. Me gusta porque hace juego con mi cuarto, con mi mandala y con mi ropa, con mis libros, con mi música y con mis fotografías, hace juego con todo, me gusta porque me la podría llevar a cenar a un restaurante caro, a tomar unas cañas con mis colegas, con los biris, a una biblioteca y a una rave. Me gusta porque da de comer a mi mente, a mi espíritu y a mis ojos, y sin pedir nada a cambio. Me gusta que sea niña y mujer, me gusta que me lleve la contraria, que me apriete, que me pueda y que se deje poder. Me gusta porque me escribe con acento y cuando me lo diga al oído será que será el momento en el que el verbo existir cobre sentido. Me gusta porque desde que llegó es ella, y no tengo ojos para ninguna más, y si no es ella será porque no quiera, pero nadie podrá borrar que durante un tiempo lo fue. Me gusta por muchas más cosas, incluso algunas no las puedo decir porque si algún día lee esto, aunque ya no sienta nada por mi (si es que lo siente, y a mi que me gusta decir esto porque se que si y me flipa) sería capaz de venir a matarme. Aunque pensándolo bien, quizás no sea del todo una mala idea... 


El problema es que esto lo escribí el lunes, y durante la semana, que se ha hecho probablemente la más larga desde que estoy aquí, han pasado muchas cosas, demasiadas. Pensé en borrarlo, ahora que escribo esto el domingo, pero lo que es fue y será, así que si no borro errores, como voy a borrar mis sentimientos. El jueves fue el cumpleaños de la rubia, y yo tenía preparado el mejor regalo de la historia, pero al final, me faltó el último detalle que venía desde Alemania y no pude mandarle la sorpresa. Las cosas podrían haber cambiado mucho de así haber sido, o no, quien sabe, quizás mejor así. Últimamente tiré mucho de balanza y de intentar entender a alguien que apenas conoces, de como puede actuar y de que valor tienen esos actos. Y claro, la comunicación, cuando es escasa, tiene sus pros y sus contras. Sus pros, son que te permiten disparar a discreción cada vez que quieres decir algo bonito. Sus contras, que es mucho más lento eso de conocer al otro, y que a veces lo echas de menos. Un consejo que también quiero daros, niños, es que no mezcléis nunca vida ociosa con vida ajetreada, ya que como podéis observar, son dos palabras que no riman, y ni siquiera quedan bien en la misma frase. Y es complicado. Otro consejo que quiero daros es, que si alguien os dice que no aspira ni tiene ganas de tener una relación, no intentéis convencerlo de lo contrario, es imposible, al menos si lo tiene todo rotundamente claro...


Yo me he enamorado muy pocas veces en mi vida. Dos, diría (Daida no cuenta como enamoramiento) y con esta tres. Quizás por eso me he volcado tanto en algo que sabía desde el principio que iba a ser complicado que funcionase. Lo del amor no correspondido tiene su guasa, pero lo más jodido es el enamoramiento no correspondido. Es un estado absurdo, en el que justificas tu existencia en torno a la de otra persona (y tiene todavía más gracia cuando ni siquiera conoces a la otra persona). El caso, es que, probablemente, sea el estado de mi vida que más odio. A mi siempre me gusta tener la sartén por el mango, imaginaos cuando se trata de mi y mis sentimientos. Puedo controlar la rabia, el dolor, el odio, la ira, y hasta el placer, pero no el enamoramiento. Y claro, eso es una puta mierda. Aún así, está genial sentirse así de vez en cuando ya que aparte de lo escaso de ese estado, es bonito.  Ese ha sido el desencadenante del fatídico final. Esa jodida mierda de que suene el móvil y no sea ella, de esperar que te llame y toda la vaina, las náuseas y eso, está guapo, lo jodido es cuando lo enfocas a la otra persona. Y claro, ves que la otra persona sigue a lo suyo (que es lo más normal del mundo) y te da por ejercer el verbo más guapo que hemos inventado los humanos: rallar(se). Y tu cabeza es un scalectrix, un circuito cerrado, al que das vueltas y vueltas a lo mismo, sólo que si te aburres mucho pues cambias tu asiento de aficionado por el palco o por estar a pie de pista, y verlo de otra manera, pero sigue siendo el mismo circuito. Yo cuando me rallo me creo con potestad y poder para todo (como el resto del tiempo, pero más). Entonces pues achucho cuando ya me encuentro al límite. Es muy difícil discutir con una persona que no está enamorada de ti (porque los sentimientos a la hora de debatir son un lastre) y que encima dejó las cosas claras desde el principio (aunque tus intenciones sean las correctas y las suyas no). Si encima no quiere que la convenzas (y no se quiere convencer ella misma, que es lo peor) no tienes absolutamente nada que hacer. Y ella estaba así. Sabía que estos días que quedan va a estar liada y no quiere estar pendiente para nada de otra persona (lógico) que además si espera algo. Yo pensé que la conexión mental y sentimental que habíamos adquirido, y el feeling que existe entre nosotros sería también un elemento de peso a la hora de tomar una decisión, pero vaya, si lo es, parece que no tiene tanto peso como lo puede tener para mi. El problema no es que ahora dejemos esto, el problema es que lo dejamos para siempre, que era lo que yo quería intentar evitar (aunque parece una necedad cuando se que cuando se me pase esto que siento por ella no voy a querer volver a verla en la vida, que me conozco, llamadlo resquemor, resentimiento e incluso despecho). Así que no pude hacer nada, ella decidió por los dos que era mejor dejar de vernos, dejar de escribirnos y dejar de no ser. No tengo ningún reproche, vino y dijo todo lo que tenía que decir a la cara, fue sincera, se la vió dolida (lo que dice que si hizo daño, no fue por gusto) y poco más... No quiso llevarse su regalo, pero me dijo que se lo mandase con MariTere. La acompañé a la puerta, le di un abrazo de esos que sólo yo se dar, y le dije: el último. Con la actitud ante el último beso, no ante el primero... Verdaderamente no fue el último, me quedé en la puerta esperando (soy un caballero) y cuando llegó el ascensor fui corriendo y la besé en la mejilla con un se feliz. Se fue sin que nos echásemos una sola foto, sin decirme guarradas en uruguayo y sin hacer el amor. Me quedé con dos canciones y con una cicatriz más, y sin ella. Confío en el tiempo, se que sabe ponerlo todo en su sitio. 











Escena final El lado oscuro del corazón


Ahora más que nunca: Todo llega, todo llega, los momentos, las pivitas, los colegas...

2 comentarios:

  1. Si existiese la teletransportación ya andaba por allí dando un abrazo de los que curan. Se me dan bastante bien. Igual que el abrazo de los bonitos que todavía no he podido darte.
    Recuerda al pescador de Siddhartha.
    Un beso grande.

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    1. Muchas gracias Marina, se qienes son los qe están sin estar por acá. Tranqilos, soy hardcore, ya lo sabéis, saldré adelante. Si escuece es qe fue bonito. A seguir dando tiempo al tiempo... Un beso fuerte.

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